Tenias que ser tu
Capítulo 68

Registrada en SAFE CREATIVE Bajo el código: 2011045801413 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © Instagram:@theanamartinezexperience Todos se quedaron en silencio al escuchar lo que Aitor les había dicho. Incluso Santiago de la O recobró un poco el sentido. ―¿Cómo? ― preguntó Fernando. ―¿Qué hace este aquí? ― trató de desviar la conversación Francisca. ―Yo lo traje ― se escuchó la voz de Eugenia en las escaleras. ―¿Cómo que tú eras la amante de Fernando? ― insistió Paula―¡habla ya! ―No tengo ni idea de lo que está hablando― respondió su tía, mientras se alejaba de Paula― ni la menor idea. ―¿En serio?, ¿quiere usted explicar la verdad o…dejamos que los muertos hablen?― respondió Aitor. Paula se acercó de nuevo a ella ―¡habla ya!― insistió ―¡cómo que tu eras su amante!, ¡cómo pudiste! Francisca, esbozó una ligera sonrisa que poco a poco empezó a convertirse en una risa que escaló rápidamente a una carcajada. Todos la miraban atentos sin que sus ojos pudiesen creer lo que estaba pasando. ―¡Habla ya!― gritó Paula. ―No tengo nada que decir al respecto― comentó ― ahora lárguense y déjeme de molestar. Francisca se dio la vuelta para tratar de irse a su habitación y Eugenia la tomó del cabello y la volteo ―¡usted no se va de aquí hasta que no explique lo que tenga que explicar! Aitor se acercó a Francisca y la vio ― usted se iba a escapar con Saramago esa día, se encontraba esperándolo en un hotel, ¿cierto?, en un hotel en la ciudad donde terminado el asunto de los negocios ambos se irían a otro lugar. Sin embargo, su hermana fue la que llegó antes, ¿no es así?, porque por algún motivo los había descubierto y fue a disuadir a Fernando de que no se fuera―Francisca lo veía con recelo pero no decía ni una palabra. ― ¿Es cierto? ― preguntó Fernando. ―Claro que es cierto. Usted era la amante de Fernando de Saramago, y venían siendo desde hace años atrás, mucho antes del accidente― insistió Aitor
―No. ―Pero usted no quería ser su amante nada más y entonces le convenció de que escaparan juntos, y se aprovechó de la condición de Minerva para poder atormentarla, enviándole anónimos y cartas de amor a su marido firmando con la nombre de su hermana, ¡es cierto o no! ―¡No! ― insistió Francisca. ―Entonces al convencerlo, tomaron como pretexto el viaje de negocios para irse, pero no contaba con que su hermana intervendría y que, sin querer, lo lograría convencer. ―¡Basta!― pidió Francisca. ―Así, ella y Fernando Saramago decidieron regresar al Puerto dejándola a usted sola y con la venganza de Minerva ambos fueron los que murieron en ese accidente, pero si no los hubiese convencido, la que estuviera muerta es usted. ―¡Para ya!― insistió la tía de Paula. ―Y gracias a las cartas, a los anónimos y a la evidencia que usted plantó hizo creer que Minerva que tenía razón, que Claudia Mier era la amante y se quitó la culpa de todo… y lo volvería a hacer de nuevo. ―¡Basta!, ¡Basta, ya! ― gritó Francisca―¡Ella lo tenía todo!, ¡la casa, la hija perfecta, el marido ideal!, ¡todo! Por primera vez en la vida alguien como Fernando Saramago se fijaba en mí y no iba a permitir que ella ni nadie me lo quitara, ¡qué le costaba que yo me fuera con él!, Fernando estaba harto de Minerva, ¡harto!, lo único que hizo fue arrancarme mi felicidad― asintió con la cabeza ― Sí, le eché la culpa a mi hermana, puse todo para que Minerva en sus celos enfermizos creyese que era Claudia y yo no… ¡lo había conseguido!, ¡Fernando me amaba a mí y solo a mi, y nos íbamos a ir lejos de este Puerto!, ¡de esta porquería de lugar!, pero como siempre mi hermana la buena, la que no quería que su perfecta familia se destruyera, convenció a Fernando dándole un discurso sobre su hijo, sobre lo que estaba a punto de perder por una aventura ― confesó Francisca sin poder más. Todos estaban completamente sorprendidos antes la confesión que estaba haciendo Francisca, liberando todo el odio y pesar que había acumulado por años. ―Eres la peor de todas, ¡después de todo lo que te dio mi madre!, ¡te reguardó!, ¡te amó!, ¡eras su hermana!, ¡su hermana! ―Y tú eres mi sobrina y mira como te hundí. Por eso regresé, a torturate a ti y a tu padre y recordarles cada día la porquería de mujer que fue Claudia Mier. ―¡Retira eso! ― se escuchó la voz de Santiago de la O, mientras le apuntaba con un arma―¡retira eso que dijiste! ―Papá― pidió Paula. ―Tantos años envenenándome contra ella, tantos años echándole la culpa, amargándome, acosándome para que al final fueras tú, ¡TÚ!― gritó Santiago― todo este tiempo en contra de mi hija, en contra de todo lo que nunca fui… no te mereces ningún perdón. ―Y lo ibas a volver a hacer ― habló Paula― te ibas a ir a Iñaki sin importarte el daño que causarías. ―El daño ya estaba hecho, otro poquito más, me daba igual. Además, no es mi culpa que Minerva no sepa complacer a sus hombres y que no sepa controlar sus celos ― Francisca volteó a ver a Santiago― mátame, si te atreves mátame, si eso es lo que deseas
Ya sabes la verdad pero, ¿de qué te sirve?, si pronto vas a morir de toda la bebida y la droga que te haz metido por años. Santiago seguía con el arma levantada en el aire apuntando directamente hacia Francisca― te voy a matar porque te lo mereces, te lo mereces ― habló con la voz temblorosa. ―¡Papá no!, tú eres mejor que esto, eres mejor que esto ― le consoló Paula. Su padre volteó a verla y con lágrimas en los ojos negó ― no soy tu padre desde muchos años Paula, soy un monstruo que te hizo daño, que te maltrató y no te defendió. El padre que conociste ya no existe, por eso es que puedo permitirme hacer esto. Así, Santiago de la O disparó hacia el frente hiriendo a Francisca haciéndola tambalear. Luego otro disparo se escuchó, y otro y otro y otro hasta que ella cayó sobre el suelo. ―¡Santiago no!― gritó Fernando mientras se balanceaba contra él al ver cómo se ponía el arma en la boca. ―¡Déjame!, ¡por un carajo déjame! ― gritó él mientras forcejeaba con Fernando. De pronto un se escuchó otro disparo y ambos se quedaron paralizados viéndose a los ojos ―¡Fernando!― gritó Paula mientras estaba protegida por Iván. Momentos después, Fernando se separó y con la camisa llena de sangre vio como Santiago de la O caía con una herida cerca del pecho. ―¡Papá!― expresó Paula para luego correr hacía él y tratar de ayudarlo― papá― murmuró. Su padre la vio a los ojos y sonrío ― perdóname Paula, dime que me perdonas ― murmuró con lágrimas en los ojos ― dime que me perdonas por todo lo que hice. Paula asintió― te perdono ― le dijo entre lágrimas. La luz en los ojos De Santiago de la O se fue apagando, hasta que por fin su cuerpo se relajó por completo, yéndose así con el amor de su vida. La escena era de verdad desastrosa, por no decir caótica pero por fin, después de tantos años se sabía la verdad, por fin su madre había tenido justicia