Tenias que ser tu
Capítulo 70

Registrada en SAFE CREATIVE Bajo el código: 2011045801413 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © Instagram:@theanamartinezexperience El velorio de Santiago de la O estuvo bastante vacío. Al parecer, había perdido muchos amigos a lo largo de estos años y solo hubo uno que otra persona que se acercó a darle sus respetos. Aún así, entre Iván y Fernando se encargaron de que hubiese flores y muchas y que tuviera la misa correspondiente antes de la cremación. Esa mismo día, Paula de la O fue a su playa favorita y tiró las cenizas de su padre en el mar. Ya no había nada más que hacer aunque esto aún no se había terminado. Francisca Mier había sobrevivido, pero los disparos la habían dejado paralítica así que le sería imposible valerse por si sola y necesitaría a alguien que la cuidara; evidentemente no sería Paula de la O y mucho menos Iñaki, que para ese entonces ya estaba a kilómetros de distancia abandonándola por completo a su suerte. Cuando salió del hospital, Francisca regresó a su casa, solo para encontrarse son Paula de la O que, al verla, no hizo nada más que darle sus cosas y pedirle que se fuera de ahí ya que esa no era su casa. ―¿En serio me dejas así? ― preguntó sin rodeos― en una silla de ruedas, sin donde vivir. Paula, sonrió. Tal vez otros podían calificar su acto como algo despiadado y la clasificarían como mala sobrina pero, a ella, ya no le importaba. Después de todo el sufrimiento que Francisca había causado, de los secretos que había guardado y la muerte de sus padres, se merecía la calle, el abandono y la desolación. ―Debiste pensarlo antes de hacer todo esto ― le respondió ― te dije que algún día sabrías lo que era sufrir, así que ahora, toma tu sonrisa patética y lárgate de aquí
―Pero, no tengo dinero― comentó. ―Lo sé, pero tampoco es mi culpa, ¿por qué no vendes una de las joyas que te regalaba Iñaki?, tal vez esas te sirvan para mantenerte. Pero, tía, yo ya no te quiero aquí en esta casa, ni en mi vida. ―¡Me las vas a pagar caro! ― gritó y trató de levantarse pero recordó que las piernas ya no le respondía. Paula sonrío ― Creo que ya te las pague todas, ahora, es tu turno de que pagues también y créeme, no será fácil, nada fácil ― le comentó. Su sobrina abrió la puerta y con el pecho inflado de orgullo le mostró la salida ― adiós tía, espero que encuentres una persona que se apiade de ti en todo este puerto, aunque desde mi perspectiva, no te lo mereces. Francisca Mier se quedó en silencio un momento y sin poder más, tomó la mano de Paula ―¡No!, ¡te lo pido!, no me abandones así. Te juro que no lo vuelvo a hacer, te juro que si me dejas quedarte yo haré lo posible por no ser una molestia en verdad. En otros tiempos, Paula hubiese pensado que las lágrimas de su tía eran verdaderas pero, después de todo lo que había pasado, sabía que no era así y que esto, eran sus últimos intentos para poder salirse con la suya y no enfrentar las consecuencias de todo lo que había hecho. ―No tía― habló firme viéndola a los ojos ― he tenido suficiente de ti, de tus burlas y tus engaños. Vete, ya no te pongas más en ridículo, solo vete con la poca dignidad que aún tienes y, estás de suerte que al menos te di tus cosas y no te corrí con lo que llevabas puesto. Francisca se aferró aún más de la mano, apretándola con una fuerza que comenzó a lastimar a Paula
Ella comenzó a zafarse como pudo hasta que lo logró e hizo que la silla de ruedas tambaleara. ―¡Basta!― gritó. ―¡Eres una cualquiera! ― gritó Francisca herida― ¡te odio!, ¡te odio a ti!, ¡A tu padre!, ¡a tu madre!, los odio a todos en este estúpido Puerto, ¡los odio! ― expresó con tanta fuerza que su grito alertó a las personas que estaban del otro lado de la acera en frente de la casa de Paula. Ella sonrió, se agachó a su altura y mirándole a los ojos le dijo― te diría que también te odio pero, no siento nada por ti y el odio es un sentimiento― recitó― a partir de ahora, no existes para mí, no te voy a pensar, ni a mencionar, ni siquiera a recordar. No hablaré de ti y si en algún punto te encuentro, no voltearé a verte… eres un fantasma y así te morirás. No te deseo el mal, pero si te deseo que recibas el mismo trato que me diste tú a mí, y que el Puerto te dé el mismo trato que ellos me dieron a mí… es todo. ―Y, ¿ese trato?, ¿cómo es? ― preguntó Francisca, con una mueca en los labios y aún con ese tono de orgullo. Así, Paula, abrió las puertas de la casa y empujó la silla de ruedas para llevar a la acera. Después del puso el sombrero que se encontraba colgado en el recibidor de la entrada y se lo puso sobre la cabeza ― no te vayas a quemar, el sol está muy fuerte ― pronunció. Luego regresó a su casa y cerró las puertas dejándola afuera completamente sola. Esas serían las últimas palabras que Paula de la O cruzaría con su tía, porque después de esa escena, jamás volvió a verla, ni siquiera cuando mendigaba por el malecón