No más palabras
Capítulo 23

Se encarga de abrir la puerta y como un pequeño caballero me deja entrar primero, tiene que tratarse de eso porque no hay oportunidad de que vea mi culo cuando está cubierto por mi abrigo. Le doy una sonrisa real porque decido que me agrada este adolescente moreno de ojos marrones y sonrisa aniñada. Asumo que tiene 15 o 16 años y luce como un buen chico. Me guía hasta el ascensor y entra conmigo. — ¿Cuál es tu nombre? —Michael. —Mucho gusto Michael, yo soy Elisabeth. — ¿Eres la presentadora del programa? —Sí. —Te reconocí por tus ojos, nunca vi unos ojos marrones tan impresionantes. Parecen tener dorados y brillar. Bueno, lo próximo que sé es que va acusarme de ser un Cullen. —Pero no puedes decirle a alguien que me viste acá. Me gusta la privacidad. —Claro, a Pau también le gusta que respeten su privacidad— el ascensor se detiene y él me sonríe—. Este es su piso, apartamento 2C, ala izquierda. Fue un placer conocerla. —El placer ha sido mío—beso su mejilla y creo que suspira—; que tengas una buena noche y dulces sueños. —Seguro. Salgo del ascensor y suspiro. Me giro y camino hacia el ala izquierda, me detengo frente a la puerta que con bordes dorado anuncia "2C", me inclino y presiono mi oreja contra la fría puerta blanca. Algo de música se escucha, así que todavía está despierto. Reviso mi celular pero me temo que nunca respondió mi correo, es una suerte haber dado con Michael, o quizás no. Si soy honesta conmigo misma no debería estar aquí, pero lo hecho, hecho está. Doy un paso hacia atrás, peino mi cabello con mis dedos y presiono el timbre. Pasan largos segundos que seguramente se transforman en minutos y entonces lo intento de nuevo. Cuando me atrevo a ir por el tercer intento la puerta se abre sobresaltándome
—No soy sordo señorita Cortés— me señala con la copa que tiene en su mano—. Y tampoco ciego, por lo que asumiré que esta no es una alucinación y usted se encuentra justo frente a mi puerta. —Bastante inteligente señalar lo obvio. Paul. — ¿Nueva tregua? —Pensé que coincidíamos con que las formalidades para el correo. —Eso tiene sentido, Elisabeth. Da un sorbo a lo que luce como vino mientras me observa de arriba abajo con lentitud, no es que pueda ver gran cosa cuando llevo puesto el abrigo y no es que desee que me vea tampoco, por supuesto que no. Cuando su mirada vuelve a mi rostro, sonríe levemente. —Puedo ver tus pecas. —Veo que eso te trae felicidad. —Me da satisfacción. —De acuerdo. Se forma un silencio incómodo mientras todo lo que hace es observarme a la vez que se termina el resto de su copa, no tiene pinta de ir ebrio lo que me hace pensar que no mentía cuando declaró que estaba perfectamente bien. — ¿Quieres saber lo que me tiene tan confundido? — recarga su hombro del marco de la puerta y juega con la copa. —Teniendo en cuenta que tu correo acabó por confundirme a mí, eso me gustaría. —Finalicé la escena del primer beso y luego tuvo lugar una conversación bastante interesante. Pensé que quizás para evitar futuros problemas, podría pedirle a Nicole su opinión, siendo esa la excusa para que asumiera que no estoy teniendo una aventura y reflejando mis vivencias en el libro ¿Quiere saber qué sucedió? —Si gustas a compartirlo. —Terminó conmigo—se encoje de hombros—. Me mandó al diablo justo en medio de las palabras bastardo infiel, cínico y descorazonado. Palabras bastante elocuentes para definirme ¿No te parece? Así que me reí y ella lloró, y me di cuenta que reírme no era la reacción que debía tener. » ¿Pero cómo no querer reír ante lo absurdo de la situación? Le muestro la escena de un libro en el que trabajo y me acusa de infiel, cuando apenas si he tenido la oportunidad de ver a la mujer que inspira la historia unas pocas veces en la que siquiera hemos rozado nuestras pieles. Así que estoy confundido. —Vaya. —Confundido sobre Nicole acusándome y el por qué he releído la escena más de 10 veces sintiéndome tan. ¿Extraño? Incluso me confunde lo difícil que parece de explicar— clava su mirada en mí— ¿Por qué no pasas y me permites confundirte? —Si lo pides de ese modo
Se hace a un lado y entiendo la indirecta. Entro y lo escucho cerrar la puerta detrás de mí. Es un apartamento muy amplio y la calefacción me golpea con fuerza. Esperaba encontrar todo perfectamente ordenado, pero de hecho hay notas adhesivas por todas partes y al lado de uno de los sofás de cuero se encuentra una pequeña pila de papeles arrugados. En la mesita frente el sofá descansa una taza de café y un paquete de galletas de chocolate junto a una laptop y su apreciada libreta. No es el hombre obsesionado por el orden que me esperaba y eso me gusta. Observo sus paredes cubiertas por algún mural impresionante sobre la vida nocturna alrededor del Merida Eyes. Es impresionante. —Espera ¿Esa es la firma de E. Scwarzenberg? —Sí, conozco al artista. —Es mi austriaco favorito. — ¿Cuántos austriacos conoces? — sonríe. —Atrapada. Bueno, esto que siento es envidia ante el hecho de que conoce al pintor anónimo que se ha hecho un nombre en el país, además del hecho de que vino a su apartamento y pintó su pared. —Genial. Súper genial que lo conozcas. La oleada de calor está invadiéndome por lo que sé que tengo que deshacerme de mi abrigo antes de comenzar a sudar de manera desastrosa. Cuando el abrigo ya no está cubriendo mi pantalón ajustado y entubado ni mucho menos mi camisa de seda y traslucida, Paul lo toma. —Me temo que necesitarás una copa de vino antes de unirte a mi confusión. —Confiaré en tu criterio y aceptaré esa copa. No sé qué hacer mientras él se dirige a una repisa llena de diversos licores. Siempre he sido una mujer segura y comienza a fastidiarme no saber qué hacer a su alrededor, es un poco frustrante no tener el control. — ¿Eres acaso un degustador de licores?—Uhm. podría decirse que me gusta coleccionar. No soy amante del licor, pero supongo que un par de copas a veces no vienen mal