อ่านนิยายออนไลน์ทั้งหมดฟรีที่นี่

¡Se busca un millonario!

Capítulo 121

sprite

—¿Estás nervioso? —le pregunto a Will, mientras esperamos que la doctora entre a la consulta. Se voltea a verme y sus ojos azules me demuestran que sí, lo está. Levanto mi mano y le pido con el gesto que se acerque, para acariciarle la mejilla—. Todo está bien, solo descubriremos hoy si será un nene como tú o una pequeña, como yo. Will sonríe y suelta un ruidito extraño. Cubre mi mano con la suya. —Lo sé, amor —asegura—, pero no puedo evitarlo. Acerca su boca a mi frente y deja un beso corto. Yo sonrío, complacida con su gesto. Tomo su mano y entrelazo nuestros dedos, para reconfortarlo. Esperamos así, juntos y en silencio, a que la doctora aparezca. Yo estoy acostada en la camilla, lista para la ecografía, pero la doctora tuvo que salir un momento y aquí nos quedamos, a la espera. Jenny Parker fue la ginecóloga escogida por ambos para atender todo el embarazo y, hasta ahora, todo ha ido bien y estamos conformes con la decisión. La clínica, según William, es la mejor en estas cuestiones y pues, bueno, yo no tengo idea de nada, pero confío en él. Tengo entendido, también, que la doctora Parker es la vicepresidente y única heredera de todo el imperio Parker; además de representante principal de varias organizaciones benéficas y de ayuda humanitaria. —Cuando salgamos de aquí, ¿iremos donde mis padres? —pregunta Will, de repente, sacándome de mis pensamientos. No lo pienso, porque disfruto mucho de la compañía de Eleonor y Marcus, así que asiento con un gesto de mi cabeza. —Ellos también deben estar nerviosos, esperando —aseguro, recordando la insistencia de mi suegra para que la llamáramos en cuanto supiéramos el sexo del bebé. —Llamaré a Ricardo para que recoja a Clarisse y a Chris y los lleve también; celebraremos la noticia por todo lo alto. Su afirmación me saca una carcajada y a la vez, me hace emocionarme, al punto de que mis ojos se inundan con lágrimas no derramadas. El descontrol hormonal es obvio y si le ponemos que Will hace cosas así, entonces no tengo para cuando parar. Le agradezco tanto que siempre trate de mantener junta a toda la familia, que todos sean partícipes de las buenas noticias. —Me gusta la idea —murmuro, con dificultad, mientras con la yema de mis dedos seco la humedad en mis ojos—. Tú siempre pensando en mí y en mi bienestar. Will me mira con ternura, sonriente. —Todo por tu felicidad —declara y se inclina, para darme un beso en los labios. Sin embargo, no podemos extenderlo mucho porque la doctora entra en la consulta. Nos separamos y yo siento mis mejillas sonrojarse, por haber sido atrapados dándonos cariñitos. La reacción de Will en nada se parece a la mía, él continúa sonriendo, sabedor de cuánto me avergüenzan ese tipo de situaciones. —Bueno, tortolitos, empecemos —exclama la doctora, sonriendo también. Will se mueve hacia el otro lado de la camilla, para que la doctora pueda trabajar con comodidad. Ella acerca una banqueta rodante y se sienta, se dispone a preparar todo. Cuando lo tiene listo, me pide que me levante la blusa y coloca un poco de gel sobre mi vientre abultado; doy un respingo ante el contacto frío y viscoso, señal de que estoy más que nerviosa. Will toma mi mano con la suya y la otra, la lleva hasta mi cabeza; pasa sus dedos por mi frente. Sentir la sonda restregarse contra mi piel me produce escalofríos. Y, como cada vez que me han realizado una ecografía, siento mi interior temblar. Es una mezcla de anticipación con alegría, algo que no puedo evitar sentir. En la pantalla del monitor se refleja una nebulosa oscura, por momentos más clara; ese es nuestro bebé. Se mantiene en constante movimiento y mientras la doctora toma las medidas que necesita para controlar su crecimiento, escuchamos el fuerte latir de su corazoncito. Aprieto fuerte la mano de Will y estoy segura que él siente lo mismo que yo. La doctora sonríe cuando encuentra lo que estaba buscando. Sostengo la respiración el tiempo que ella demora en darnos la noticia. —Felicidades, serán padres de un hermoso varón. El grito de júbilo de William se escucha fuerte y retumba en la pequeña habitación. La confirmación de que un pequeño Will crece dentro de mí, lo emociona hasta tal punto. Yo comienzo a reír, nerviosa, al verme superada con todo. Aunque lleve unos meses embarazada y lo tenga más que asumido, conocer el sexo del bebé es algo más definitivo; lo siento como si ahora supiera a quién dirigirme mientras le hablo a mi barriguita. Mi esposo, luego de su arranque, le pide a la doctora que rectifique, que verifique esa información, porque quiere estar seguro cuando le demos la noticia a todos. Y me imagino que lo hace, sobre todo, pensando en los gemelos que se ponen un poco molestos cuando les parece. Cuando le confirma, entonces se acerca a mí otra vez y me besa, con ganas. Sin importarle siquiera que la doctora esté frente a nosotros y que, además, esté a medio hacer de una ecografía. —Todo está perfectamente —explica la doctora, cuando termina. Pasa una servilleta para limpiar los restos de gel y luego se quita los guantes. Nos mira, divertida—. Los percentiles son correctos y eso es una buena señal. —Gracias, doctora Parker —agradece Will, con voz suave. —Solo deben seguir haciendo las cosas cómo hasta ahora. Comer sano, mantener los horarios, nada de estrés…todo lo que ya conocen —repite y nosotros asentimos. Intento levantarme y Will tiene que ayudarme, porque ya se me hace un poco complicado. Sonríe—. Muchas felicidades. ¿Tienen pensado algún nombre? Nos miramos, ambos con los ojos brillosos de emoción. —No, todavía no —hablamos al unísono. Nos tomamos de la mano y nos despedimos de la doctora con un asentimiento, agradecidos por todo. Salimos de la consulta con sonrisas resplandecientes y sintiendo, hoy más que nunca, todo el amor que nos profesamos. (…) Al llegar a la casa de los O' Sullivan todos nos esperan, a la expectativa. Mi madre y Ricardo, acompañados de Christopher y Steph, Esme, los gemelos y los padres de Will. Todos están atentos a nuestras expresiones y se les nota que los carcome la ansiedad. Nos abordan, insistentes, a la espera de que le demos una respuesta. —Estamos esperando un mini Will —declaro, por fin, luego de unos segundos de tensión. La algarabía es instantánea, puesto que la mayor parte de la familia esperaban que fuera un varoncito. Nos rodean otra vez y, uno por uno, se toman el tiempo de felicitarnos

Lo que comienza como un encuentro para dar las noticias, termina siendo una enorme celebración. Nos quedamos todo el día disfrutando del agradable ambiente, descansando de la rutina y poniéndonos al día de los últimos acontecimientos. En varias ocasiones me aparto de todos para respirar un poco más tranquila y me pongo a pensar en cuánto hemos avanzado para llegar hasta este punto. Cuatro meses han pasado desde que dimos el sí definitivo en aquella playa hermosa, acompañados de la familia y algunos amigos. Cuatro meses de que le confesé a Will que esperábamos un bebé, en medio de una multitud, en nuestro lugar favorito de todos. Desde entonces, el tiempo ha pasado demasiado rápido y ha pasado de todo. Algunas cosas buenas; otras, no tanto. Pero siempre hemos sabido mantener la cordura y enfrentar juntos cada situación. En medio de la Luna de miel, William recibió una llamada de Ricardo, diciéndole algo que lo incomodó. En un primer momento no me quiso decir y luego, entendí sus motivos, pero era algo que a largo plazo no me podría ocultar. Mi padre, o, mejor dicho, ese hombre llamado Samuel Moon, fue cómplice de lo que Vivianne trató de hacerme. Me puse mal y ese era el miedo de Will, que la noticia nos afectara a mí y al bebé, pero no pude evitarlo. No porque me doliera, que en realidad nunca lo hizo, más bien lo que sentí fue un odio desmedido e impotencia, por saber lo que él fue capaz de hacer para obtener algo de dinero. Y sí, esa fue su intención, según nos explicó Ricardo cuando regresamos. Una investigación hecha por el equipo de William y el mismo Ricardo, nos informó de que los problemas de mi padre iban más allá de que su más reciente amante lo hubiera dejado. Había caído en banca rota y luego, intentando recuperar su antiguo estatus, terminó endeudado, sin posibilidades de pagar la suma en algún momento. En medio de su desesperación, supongo que aparecí yo, emparejada con un millonario que podía resolverle su problema. Pero yo ni muerta le ofrecería nada, menos, metería a William en todo este embrollo; él lo sabía. Así que vio en Vivianne la posibilidad de hacer su trabajo de “héroe” y ganarse mi confianza otra vez. ¿Cómo se encontraron? No tengo idea. Tampoco quiero rebuscar en algo que no cambiará nada y que solo me hará daño. Solo me quedó claro que mi padre me siguió por dos meses, mientras esa loca permanecía escondida. Que organizó todo para que él fuera mi salvador, cuando traicionara a su supuesta socia. Pero todo salió mal. Él no tenía idea cuán obsesionada estaba ella con William y no pensó en las posibles consecuencias. Por eso, terminó denunciándola, para poder mantener su papel en todo esto y de paso, librarse de ella. Pero las mentiras tienen patas cortas y al final, se supo todo. Ahora cumple una condena, por haber sido cómplice en un intento de homicidio. Por otro lado, con Vivianne, fue dura la pelea, pero pudimos ganarla. Después de varios días de incertidumbre por los posibles resultados en las pruebas con los especialistas, se demostró que sí presentaba indicios de una enfermedad mental, pero que ella era plenamente consciente de lo que hacía mientras me amenazaba y cuando me empujó por las escaleras. Incluso, durante el juicio, quedaron claras sus intenciones, porque no dejaba de culparme a mí de su desgracia, de su separación con William. En algunos momentos parecía sacada de un manicomio, por lo que se determinó que fuera internada en un psiquiátrico para darle el tratamiento necesario. Y nosotros, al fin, pudimos respirar. La otra parte del tiempo, se resume en un embarazo tranquilo, antojos y recuperación de lo perdido. Comencé otra vez mis estudios y mi trabajo como asistente de William, aunque él no ha estado muy de acuerdo con que me “sobrecargue” tanto; pero yo no me siento presionada, al contrario, disfruto lo que hago porque siento que aprovecho el tiempo. Gracias a eso, he podido ganar algo de dinero y ahora salgo de compras con Esme y Steph, sin sentirme culpable por gastar el de William. El tratamiento de mi madre terminó y al pasar un tiempo de la última radiación, le hicieron la prueba que determinaba si se había avanzado algo. La respuesta del doctor Bing, al revisar los resultados, nos tuvo con el corazón en un puño; pero el suspiro de alivio y felicidad fue tremendo cuando nos dio una buena noticia: mi madre viviría muchos años más. Esa noche no pude dormir. La exaltación era tanta que solo dabas vueltas en la cama sin parar, pensando, agradeciendo, llorando de alivio. Will solo me miraba y sin decir nada, me sostenía con fuerza, cada vez que creía lo necesitaba. Mi madre sería feliz, comenzaría su nueva vida rodeada de familia y con su verdadero amor. Ahora disfrutaría lo que, a lo largo de su vida, nunca pudo. Yo me encargaría de eso. —¿Qué haces aquí tan sola? —La voz de Esme me trae al presente, le sonrío y seco con la yema de mis dedos unas pequeñas lágrimas que lograron salir de mis ojos. Miro a mi cuñada, mi amiga, mi hermana…y no puedo evitar sonreírle con amor. —Necesitaba un poco de aire y estaba pensando en lo loco que ha sido todo últimamente. Esme suelta una carcajada y se sienta a mi lado en el columpio. Asiente y confirma mi pensar. —Más que loco, pero todo va tomando su ritmo —asegura y se gira, haciéndome un gesto por si la dejo tocar mi pancita—. ¿Puedo? Quiero hablarle a mi sobrino. Le dedico una sonrisa dulce y asiento, por supuesto que no tengo problemas con eso. —Hola, gordo… —dice y yo río, con lágrimas en los ojos otra vez—. Aquí te habla la tía Esme. Hasta ahora no me había presentado, pues, no sabía si serías sobrina o sobrino —ríe, nerviosa— pero ya sabemos que serás un hombrecito, fuerte y sano como tu papá. Y luchador —me mira, supongo que recordando que pude haber perdido a mi hijo— eres un guerrero desde bien chiquitito. Se emociona y dos gruesas lágrimas corren por sus mejillas. No estoy segura, pero creo que va un poco más allá de la emoción, la razón de que esté llorando. —Todos los O' Sullivan son fuertes —declaro, para que no tenga dudas. Esme me mira, con una tristeza infinita en sus ojos. Cierra los ojos y suspira. Una sonrisa triste se forma en sus labios. —Casi todo el tiempo—susurra, casi no la escucho, pero lo logro. Me duele en el alma que diga eso, siento un pinchazo en el pecho al pensar en sus demonios. Esa oscuridad que la persigue. Tomo sus manos con las mías y las aprieto, en un gesto de apoyo. —Todo el tiempo, Esme —aseguro, mirándola a los ojos—. Cada uno lucha sus batallas a su manera. A veces se pierde, pero el éxito está en no rendirse. Cuando sientas que tocas fondo, haz como en el mar, mira hacia arriba, a la luz; e impúlsate. Somos muchos los que esperaremos con una mano extendida, dispuestos a ayudarte. Asiente, con un gesto repetitivo de su cabeza gacha

Respira profundo varias veces, imprimiendo fuerzas para incorporarse otra vez. Cuando volvemos a cruzar miradas, todavía hay angustia en sus ojos; pero no insisto. Sin embargo, algo sucede que enciende una alarma en mi interior. Su teléfono suena, una ligera notificación de un mensaje. Y juro que esa mirada turbia, por unos segundos, se disipa. Una esperanza. Con una sonrisa, esta vez sincera, se despide de mí. Yo solo le guiño un ojo, prometiéndole que, en algún momento de los días próximos, insistiré. —¿Por qué Esme le sonríe tanto a su teléfono? —pregunta Steph, llegando a mi lado. Se sienta en el lugar que antes estuvo nuestra amiga. —No lo sé, no me dijo —murmuro—, pero ya tendremos tiempo de preguntarle. —Ajá, eso está claro… —Por el momento —la interrumpo, cambiando de tema—, solo quiero saber qué te traes con los gemelos. Steph se atraganta con su propia saliva. Comienza a toser sin parar y yo solo sonrío, insolente. Que no crea que no me he dado cuenta. —¿Qué…te hace…pensar que hay algo…? —Por favor, Steph —exclamo, irritada. Ruedo los ojos—. No ofendas mi inteligencia. Te conozco. Conozco a los gemelos. He visto pasajes raros y me he quedado callada, esperando que me digas algo. Pero ya que no te dignas, es necesaria la extorsión… —No me jodas, Ash —bufa, reclamando como niña caprichosa—. Entre nosotros no hay nada… —Ya te dije, no soy tonta —insisto, con un resoplido—. Si no hay nada ahora, es una cosa; pero yo estoy segura que sí, hubo algo. La miro fijamente, con una ceja inquisidora alzada. Ella me mira y muerde su labio inferior. Está nerviosa. —Vale —murmura, con la boca pequeña. Sonrío, victoriosa. —Bien, ahora cuéntame —exijo, de verdad curiosa, hay algo que no ha dejado de darme vueltas en la cabeza—. Porque también conozco los gustos de los gemelos. Vuelve a atragantarse con su propia saliva, pero esta vez, no se queda. Se va lejos de mí y mi curiosidad. Río a carcajadas, porque la llevé al límite, pero no me importa, Steph es lo bastante molesta e indiscreta como para no sentirme culpable. —¿Qué le hiciste a Steph? —William llega y se arrodilla a mis pies. En un segundo me olvido de Steph y sus locuras, para enfocarme solo en él. Sus manos viajan a mi vientre abultado y acarician con suavidad. Acerca su boca y deja un beso que me provoca escalofríos. —¿Cómo está mi pequeño? —pregunta, mirándome desde abajo. —Tranquilo —río y pongo mis manos sobre las suyas. —¿Y su mami? ¿Cómo está? —Completamente enamorada. La sonrisa de Will es lo más hermoso de mi día. El amor que veo en sus ojos, la alegría sincera cuando estamos juntos. No puedo pedirle nada más a la vida. —¿Qué le dirás a nuestro pequeño cuando te pregunte cómo nos conocimos? —pregunto, cuando hago un recuento de todo lo bello que hemos vivido. —Sencillo —responde, con seguridad—. Le diré que su madre estaba buscando un millonario. Suelto una carcajada y siento como Will se incorpora, para sentarse a mi lado. —¿Y qué más? Seguro querrá más detalles. —Pues le haré saber que, desde el principio, te dejé una cosa clara —susurra, acercando sus labios a los míos—. ¡Yo soy tu millonario!(…)Dos años después…Entro al despacho de William con una misión. Llevo en mis manos dos cajas livianas. Las coloco sobre el escritorio, abro la primera y saco el contenido. Admiro la foto enmarcada. En el medio, yo, con mi toga y mi birrete, con mi título de graduada en la mano. A mi lado, mi esposo, con Trevor en sus brazos. Detrás, los gemelos, Esme y Steph. Mis ojos se aguan al recordar ese día, mi meta cumplida. Camino hasta el espacio disponible en la pared y lo coloco justo al lado del cuadro de la graduación de Esme. Doy un paso atrás y sonrío, orgullosa. Busco la otra caja y dentro, me espera otro cuadro con una foto significativa; un momento importante. Toda mi familia, al completo, a punto de subirnos a un crucero. Mis primeras vacaciones. Y las de mi madre, las de Chris. Todo pagado por mí, con el dinero de mi trabajo reunido por dos años. Justo como hizo William. Otra meta cumplida. Con un dedo recorro cada detalle, antes de acomodar el cuadro al lado de la foto de William, sobre su escritorio. Doy un paso atrás y vuelvo a sonreír. Feliz con la vida que tengo. Agradecida con todo lo que me ofreció. Comenzó con un: ¡Se busca un millonario! Pero me dio mucho más que eso